LA LEYENDA DE LA MALDICIÓN DE LA CASA EMBRUJADA Al
capitán Mujica, de la Marina Real Española, le fue encomendada la tarea
de proteger la Virgen del Carmen, regalo del reinado español a la nueva
Iglesia Mexicana. El oficial juró a los Reyes, con su espada, que
llevaría con orgullo tal labor.
Al
encallar en México, las altas eminencias eclesiásticas, felices por la
llegada de su venerada, rindieron un gran banquete de celebración en
honor al guarda de la Virgen. A la fiesta asistieron las mujeres más
hermosas de la región y se dice que entre ellas había una tal vizcondesa
Saibfotkin.
Saibfotkin
estaba comprometida con un coronel mexicano de apellido Iturbide, que,
por esos años, se hallaba de campaña por las selvas mexicanas, pero
corría el rumor de que había extraviado rumbo y los meses sin noticias
predispusieron la actitud y el itinerario de la inmutable vizcondesa.
El
capitán Mujica, hombre de amores pasajeros y muchas mujeres, cayó
embelesado por la enigmática silueta de la realeza: se cuenta que
Saibfotkin jugó con las expectativas de Mujica, como lo habría hecho con
las del desaparecido coronel. Según los comentarios de la época, cuando
Saibfotkin aceptó el cortejo del capitán Mujica, desapareció sin dejar
rastro, sumiendo al mismo en la más plena de las angustias.
Mujica
vio en la desaparición de Saibfotkin una gran afrenta hacia su persona y
decidió jamás enamorarse o dedicarle fidelidad a una mujer.
Sumido en el fracaso emigró hacia el sur instalándose en Colombia.
En
Colombia, y ya en un perfil bajo, sin las grandes reverencias del
pasado, se casó dos veces, dejó hijos y alejó su rumbo evitando los
lazos.
Recorrió
Venezuela donde esparció su descendencia con innumerables mujeres
utilizando variaciones de su apellido como "Mogica" o "Mugica", para
evitarse persecuciones de hacendados u hombres importantes que veían
mancillado el honor de sus hijas.
En
Ecuador se vio involucrado en un robo de joyas y fue preso. Al año de
presidio logró escapar y, en su huida, fue socorrido por una joven
mujer, una bruja de las selvas, de la cual no existe registro de su
nombre.
La
leyenda narra que, ante los ojos de Mujica, la mujer le recordó a la
ingrata vizcondesa Saibfotkin y motivado por una sed de venganza le
enamoró. La bruja entregó su corazón y después que el capitán retirado
sació su libido le abandonó.
En
Perú, Mujica intentó rehacer su vida comprometiéndose con una
acaudalada doncella de gran dote, a quien sedujo con sus experimentados
conocimientos de galanteo, pero en plena boda apareció la bruja a quien
dejó y, se relata, maldijo, en plena iglesia delante de la novia,
familiares e invitados, al sorprendido militar.
La
maldición de la bruja, al parecer, había sido conjurada para que Mujica
jamás pudiere volver hacer feliz con una mujer, no alcanzaría
tranquilidad y pasividad, y cualquier intento de prosperidad se vería
enturbiado por la fatalidad, la desdicha y el olvido. Mujica no tomó en
cuenta las palabras de la bruja, su matrimonio se realizó y continuó con
todos sus planes.
Con
el pasar de los meses la familia de la esposa de Mujica comenzó a tener
diversos problemas financieros que en el transcurso de un año le
llevaron a perder toda la fortuna. Solo lograron conservar la mansión
donde vivían. El capitán intentó rehacer la fortuna familiar, pero toda
empresa que realizó se sumergió en el fracaso.
Suponiendo
que sus desgracias eran causadas por la maldición de la bruja, visitó a
unos chamanes de la región quienes le recomendaron que la única manera
de aminorar el gualicho era alejándose lo que más pudiera del norte,
pues su conjuro era un hechizo norteño.
Mujica
trató de vender la mansión, pero el padre de su esposa se lo impidió y
debió esperar la muerte de éste para poder llegar a usufructuar del
inmueble. La mansión habría sido vendida tiempo después perdiéndose, de
aquí, el rastro del militar y su esposa. Existen diferentes versiones y
la suposición más posible es que haya emigrado a Chile.
A
partir de la venta de la mansión, los datos son vagos, Su viaje al país
se habría dado muchos años después, ya muy viejo, solo y casi en banca
rota.
El destino de la que era su esposa se desconoce.
El
capitán Mujica intentó asentarse lo más al sur de Chile que pudo, para
aminorar al máximo posible la maldición de la bruja. Terminó trabajando
para un terrateniente de la zona que, como una ironía del destino, se
llamaba Críspulo Mujica. El militar retirado sabía que no podían existir
Mujicas que no procedieran de su descendencia directa, pero avergonzado
por el que quizás podía ser algún hijo ilegítimo, ocultó su auténtica
identidad (este mismo cambio de nombre ha hecho que los datos no sean
del todo certeros).
Posteriormente
el Capitán tendría la plena certeza de que su patrón era uno de esos
tantos hijos que dejó esparcidos por América, pero decidió jamás
revelárselo a Críspulo, aunque posteriormente el destino decidiría otra
cosa.
Por
esos años, Críspulo había encomendado la construcción en Santiago de
una gran casa para vivir con su familia. Mujica le orientó en aspectos
arquitectónicos para la misma, contándole detalles del origen del
apellido que poseía y que en definitiva esa mansión debía proyectar lo
que “Mujica” representaba. Críspulo quedó maravillado por los
conocimientos de su fiel criado, que incluso él desconocía y le envió a
Santiago para supervisar aspectos de la construcción.
Corría
el año 1912 y, mientras se elevaba la mansión Mujica, Críspulo
descubriría, entre las pocas pertenencias de su criado, la espada de
capitán del glorioso militar. El antiguo guarda de la Virgen
avergonzado, como nunca hubiese imaginado, confesó su verdadera
identidad.
El
terrateniente atormentado por una apremiante confusión al sentirse
engañado por el destino, cayó enfermo muriendo meses más tarde.
La
mansión sería terminada años después y en ella habitaría el capitán
Mujica como uno más de los criados, en el total anonimato y en el más
vil de los olvidos. Sometido al servicio de sus propios nietos que jamás
supieron quien era él.
El
longevo hombre que había logrado esquivar a la muerte sucumbió a su
asedio. Se dice que en su lecho de muerte, en una pequeña pieza de los
criados, en el lugar más masmórrico de la mansión, recibió una única
visita de una misteriosa mujer que jamás se supo su nombre, pero que
Mujica conocía muy bien y que le recordó que con su muerte la maldición
no terminaría, dejando todo lo que llevara su nombre en la más profunda
de las tinieblas.
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La famosa espada del capitán Mujica, de oro y brillantes, estuvo en
despliegue en una caja negra con fondo rojo por muchos años en el Museo
del Carmen. Fue robada alrededor de 1974.
- Existen otras mansiones Mujica alrededor de América. Algunas aún no han desaparecido.
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La idea de mansión embrujada se vincula en la mente del colectivo a
aquel lugar con almas en pena que vagan dentro de la casa después de
haber muerto violentamente. Pero una casa embrujada, también puede serlo
por acarrear con una maldición o brujería, de la casa misma o de
quienes la habitan.
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La casa Mujica estaba embrujada por la maldición nefasta conjurada por
la bruja, la que, según entendidos, permanecerá para siempre.